La reliquia de un encuentro imposible y el «antimilagro».

por Alberto Montiel

Los encuentros inesperados pueden representar la génesis de cambios trascendentes en nuestras vidas. Durante mi vida me he encontrado sorpresivamente con personas que han sumado inspiración, conocimiento, amistad, amor, desprecio, salud, enfermedad; personas que han llegado para quedarse o que se han ido, pero a su paso han dejado algo: materia para transformar o restos inmateriales de transformación. Este texto trata de un encuentro simbólico.

Actualmente, en la era de la información, se ha extendido la idea de que mi generación es la generación más solitaria, la que sufre el incremento de la depresión, la que está experimentando los efectos del colapso del sistema económico de la producción infinita, la que padece el agobio de la omnipresencia digital, la que está entre la espada del trabajo y la pared de la precariedad.

La mañana del 15 de marzo de 2017 abordé un autobús rumbo a la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México para hacer la cobertura periodística de la visita de un contingente de personas de la tercera edad al recinto histórico. En el camino iba pensando precisamente en los 8 años que llevaba trabajando con personas ajenas completamente a mí, colaborando con ellos en el desarrollo de proyectos contrarios a mis más profundas convicciones, siendo esta visita sólo una muestra del abandono de mí por entregarme al pragmatismo de la “conveniencia”. Mi tarea este día se reducía a escribir una crónica de la visita a la catedral para exaltar la bondad de los visitantes por su cercanía con el arte sacro y el ejercicio de los valores cristianos.

Después de un largo camino a causa del caos vial típico de la Ciudad de México que incluyó un choque del autobús en que viajábamos, finalmente llegamos a la catedral. Ingresamos al encuentro con la guía que explicaría los pormenores del recinto religioso construido con los restos de los antiguos templos aztecas: simbólica construcción por sustitución. Mientras esperaba el inicio del recorrido, caminé hacia una de las capillas que se encuentran del lado derecho. Seguía pensando y admirando la arquitectura cuando de pronto giro y me encuentro de frente con Michel Onfray. Le pedí que se tomara una fotografía conmigo y amablemente accedió. Inmediatamente me dispuse a mostrarle en mi celular el trabajo que hacemos en TarotPlane y los ejercicios de abstracción musical de las lecturas filosóficas que realizamos. Me invitó a salir para seguir hablándole y después de unos minutos nos despedimos.

Que una persona como yo se haya encontrado con una persona como esa en un lugar como aquel, me pareció tan fascinante por las pocas probabilidades de que algo así sucediera y el encuentro se tornó para mí en un símbolo. Este encuentro paradójico en la catedral me llenó de emoción y de vitalidad. Acudir a un templo está asociado con la experiencia emotiva transmundana, la búsqueda del contacto con dios, el favor del milagro y el ejercicio de la compasión, sobre todo de la autocompasión. Yo me encontré con todo lo contrario. Nietzsche me acompaña desde que una maestra de historia de la preparatoria me recomendó leerlo porque decía que muchas de mis opiniones le sonaban a Nietzsche. Así que uno de mis tíos me dio unos libros de su colección personal y comencé a leer formalmente filosofía a los 16 años con Ecce Homo.

Contrahistoria de la Filosofía, el Tratado de Ateología y el Manifiesto Hedonista eran las lecturas recientes que había descubierto y que me entusiasmaron. Al rededor de esos textos habíamos emprendido horas de conversaciones y reflexiones con mis familiares. Encontrarme con el autor de aquellos libros fue como encontrarme con un fantasma que me invitó a seguir construyéndome sin miedo, continuar haciendo de mí la obra de mi filosofía, ser el libro que vive y en mi caso la música que respira, habla y camina. Ese mismo día dediqué muchos minutos de la visita para realizar fotografías para mí. Esas fotografías de la catedral ilustran la portada y la carátula del disco El Loco en la Torre que se publicó en 2019.

Así comenzó el resquebrajamiento de aquella relación laboral absurda y fue fuente de inspiración para continuar con el trabajo de desarrollo humano a través de la música que hacemos en TarotPlane.

“Reliquia de un encuentro imposible” es el título de un ejercicio musical tras este encuentro con Michel Onfray. Las reliquias son los restos materiales de los santos. La música, como el perfume, posee un cuerpo material huidizo, inaprehensible y sus reliquias desaparecen tan pronto las percibimos en la memoria. Esta composición es lo que queda de ese encuentro, es la reliquia de un encuentro que parecía imposible, pero que sucedió en una satisfactoria forma de antimilagro.